Collage de una muerte anunciada
Source: www.los35milimetros.wordpress.com
Publish Date: 3 JULIO 2013
Author: DAVID GONZÁLEZ
Claudiu Crulic fue un ciudadano rumano que se vio obligado a emigrar a Polonia, en busca de un futuro mejor, tras el continuo derrumbe económico de su país. En julio del 2007, se vio envuelto en un indeseable incidente: cuando a un juez de Cracovia le robaron su cartera, sus tarjetas de crédito, y, posteriormente, 22.000 eslotis (la divisa polaca) de sus cuentas bancarias, Crulic fue acusado tras ser reconocido por el magistrado a través de la ayuda de la policía. Encarcelado injustamente -él no había sido el autor del robo ya que en esos momentos estaba viajando a Italia para ingresar, precisamente, un dinero para un viaje con su novia-, Crulic empezó una odisea para conectar con la diplomacia de su país para conseguir la ayuda necesaria para que se le escuchase.
Sin embargo, los oxidados engranajes de la ley y la política lo dejaron de lado, espoleándolo hacia una huelga de hambre que se prolongaría durante meses, confinado en su cárcel polaca, hasta que llegase lo inevitable. Esta es la historia. Ahora, ¿cómo representar en el cine un sangrante caso de injusticia legal, de olvido político del ciudadano de a pie, y, finalmente, de demoledora luchaentre la vida y la muerte?
Su compatriota, el rumano Anca Damian, lo tuvo claro: para retratar el infierno, bien real, de Crulic, apoderarse de la imaginación, esa que siempre ha sido el núcleo de una de las técnicas más complejas del audiovisual, la animación. Y lejos de ceñirse a la imaginación en la historia, Damian imagina la imaginación: en Crulic, camino al más allá se apodera de todas las técnicas posibles de animación para crear un conjunto complejísimo, arrebatador y arrebatado, que demuestra que en la animación no hay nada escrito -ni dibujado-. La película de Damian -que compitió por el Leopardo de Oro en Locarno, y se llevó el máximo galardón en Annecy- aúna desde el collage hasta la acuarela, el stop-motion, el cómic y la imagen real manipulada, la animación en 3D y el trazo tradicional de lápiz, conformando un virtuosísimo resultado ante el cual, formalmente, no queda más que rendirse. Lo demás ya viene de la mano de la lucha de Crulic.
Alternando los recuerdos y memorias de su vida, partida de pequeño tras la separación de sus padres, a través de unas cuantas fotografías y otras tantas pinceladas, Crulic nos cuenta en primera persona su historia, y cómo llegó a encontrarse en donde se encuentra. Desde el principio, con una imaginación portentosa: las tías que lo cuidaron, la gente-fresa, su trabajo en el taller, sus viajes a los países cercanos, son solo unos ejemplos. Lo que sigue después se acerca a la ilustración de un ultraje: tras su encarcelamiento, la mirada de Damian se pierde entre agobiantes techos y rejas de celdas, sonrisas con traje y cigarrillo, sombrías soledades, trazos de lápiz (de las cartas de Crulic) que imaginan cómo se extravían (voluntariamente) en los huecos de la burocracia. Crulic, camino al más allá se acerca a las propuestas de cintas como Vals con Bashir (Ari Folman, 2008) e incluso a alguna de las personalidades del collage audiovisual -como las que tratamos hace unos meses-, y firma un lienzo en el que conviven a la perfección la muerte, la moral de la sociedad -el epílogo lo deja claro- y, claro, la imaginación.